Capítulo 2: me enamoré de mi dealer

Sin saber cómo, una historia había nacido entre dos desconocidos que simplemente habían coincidido, dos cuentos que se juntaron para vivir un mismo capítulo y en el que todo fue posible.

Después de la primera noche, las incógnitas eran inevitables, algo estaba presente y ambos sabíamos que en nuestra mirada se escondía la duda, ¿qué vendría ahora? ¿Sólo una casualidad? ¿Un momento efímero en la eternidad del infinito?

A pensar de esto, ambos queríamos disfrutar la mañana que habíamos amanecido juntos, antes de resolver el enigma de lo que vendría. Ella vivía el momento como un presente del que era consciente, cada día era una oportunidad de ser vida, cada segundo permitía disfrutar del placer de existir… Ella era libre y volaba muy encima de lo que yo podía.

Esa noche comprendí lo que realmente era ser libre, con ella entendí lo que no me había quedado claro hasta ahora: el existir en el presente. Amarnos como una coincidencia profunda, producto de una casualidad que había juntado a dos almas que se sentían gemelas. Y ni ella ni yo pensábamos en lo que vendría, a ninguno nos importaba, sólo queríamos disfrutar de lo que había sido y estaba siendo.

Al principio no sabíamos si el día lo pasaríamos juntos o si todo quedaría como uns dulce anécdota, pero la complicidad ayudó a vislumbrar las respuestas de todas las incógnitas y fluyendo como dos surfistas montamos las olas de un día que fue hermoso. La mañana había comenzado fresca y la jornada se mantuvo a una buena temperatura.

Ese primer día juntos descubrimos los puntos en común, nos encontramos el uno en el otro y hallamos respuestas buscadas a preguntas que no compartíamos. Descubrimos quiénes éramos y nos fuimos enamorando cada vez más de la idea que nos hicimos, hasta el punto de vernos cada vez que podíamos.

No teníamos claro nada de lo que el porvenir traería ni estábamos en busca de descubrirlo, sólo queríamos disfrutar de nuestro momento, durara lo que durara, llegara a donde llegara. Recorrimos un largo camino juntos, para el poco tiempo en que nos conocíamos.

Fugaz como ninguna, eterna como la vida, sabía que yo sería quien se quedara en el camino. A medida que fui conociendo su hermosa libertad, comprendí que yo sólo era un astronauta explorando el espacio y ella era una maravillosa estrella fugaz, un profundo cometa que no sabía si volvería a pasar, pero que me hizo eterno al mirarla cómo surcaba el universo.

Aprendí con ella a no aferrarme y no poseer, a llevar lo mínimo y necesario, el menor peso posible. Con ella entendí lo que era fluir, a disfrutar del paso del tiempo siendo conscientes del momento y disfrutando de esta vida como un sueño lúcido en el cual poder volar.

Con ella entendí que algún día moriríamos y sólo estos momentos quedarían en nuestro último dulce recuerdo. También comprendí que una premisa de vida no se cumple si la perseguimos planificando y tratando de controlar el mundo. Sabias eran sus plabras que me embelesaban, suaves eran sus besos que me encantaban, cariñosas eran sus caricias que me enamoraban, y ardiente era su mirada que tanto me encantaba.

Dos almas desnudas que se fusionaban en un dormitorio, mientras jugaban en una cama que se convertía en el cohete por el cual sentir el universo entre susurros y sonidos que envolvían la madrugada. Y así fue cada noche que sirvió de improvisación para esta obra llamada vida y que duró lo que tenía que durar…

Deja un comentario